Volver en sí

El talento y la excentricidad que catapultaron a la fama a Tori Amos a comienzos de los noventa parecen haber sido su piedra de molino en la primera década del siglo XXI. No obstante, en Night of Hunters, su más reciente colección de canciones (Deutsche Grammophon, 2011), se redime articulando influencias de compositores clásicos con lo mejor de sus propias potencias artísticas

Tori Amos es una intérprete y compositora formidable. Con ella nunca se corre el riesgo de ser pródigo en adjetivos: ambiciosa, imaginativa, versátil, críptica, vehemente…  Sin embargo, al comparar sus frutos de la última década con sus interpretaciones vibrantes de antaño (“She’s Your Cocaine”, “Flying Dutchman”, “Raining Blood”, “Waitress”, “Muhammed My Friend” o su cover de “Thank You”, de Led Zeppelin, por ejemplo), la emoción y el virtuosismo parecieran haber amainado.

En Night of Hunters, un “ciclo de canciones del siglo 21”, la ejecución instrumental se impone a su trabajo vocal y sus letras. Su Bösendorfer vuelve a sonar opulento y con garra. Una buena noticia, toda vez que se había vuelto descaradamente comercial, blanda, con canciones bonitas pero vacías como “Bouncing Off Clouds”, “Sleeps with Butterflies”, “Taxi Ride”. Y si no, se nos presentaba carente de vigor, como en Abnormally Attracted to Sin (2009), una grabación prescindible, donde a ratos no se le reconoce.

Su último disco es un retorno a la forma y la cristalización de una posibilidad con la que no pocos de sus seguidores fantaseaban: “¿Y si Tori Amos se decidiera a pisar el terreno de la llamada música clásica?”. A fin de cuentas se inició en un conservatorio… del que fue expulsada. Alguna vez reconoció la influencia de Bela Bartok en su música. Sus piezas más «ortodoxas» tienen ecos de Samuel Barber, Charles Ives y Vaughan Williams. Pero, ¿acaso, con su irreverencia y su holgura de pianista de bar, los músicos académicos la acogerían entre los suyos?

Night of Hunters resulta familiar y estimulante en la medida en que logra una mezcla homogénea entre la Tori menos herética (pero igualmente brillante) y la influencia de compositores clásicos como Mendelssohn, Schubert, Granados, Satie, Alkan, Debussy y Bach. Una mezcla que exige pies de plomo y que la redime de ciertos desaciertos creativos por los que ha peregrinado en los últimos tiempos.

Desde Strange Little Girls (aquel denostado disco de versiones, con el que en 2001 culminó la relación contractual que por veinte años mantuvo con Atlantic), se ancló a los discos “conceptuales”, enfocados en el desarrollo de relatos y/o personajes femeninos. Eso ocasionó un cambio cualitativo: si en los noventa, al terminar de oír cualquier trabajo suyo, uno quedaba con ganas de más, sus entregas del nuevo siglo, por el contrario, dejaban una sensación de hartazgo. La grandilocuencia del concepto saboteaba la música.

A partir de Scarlet’s Walk (2002), nuestra pelirroja favorita se enamoró de su propia voz grabada en varias pistas, abusando de las sonoridades calidoscópicas. Lejos estaban los tiempos en que interpretaba «Me and a Gun» a capella, una rutina de admirable desnudez formal y autobiográfica. Con el paso de los años, su estilo fue sobrecargándose a la manera de esas mujeres que ya no usan el maquillaje como una filigrana de su belleza, sino como falso alarde de una juventud que a todas luces ha ido desvaneciéndose.

Y si nos vamos a su imagen, habría que mencionar la mirada perdida y las poses de maniquí que viene asumiendo ante la cámara desde American Doll Posse (2007), con las que insiste en este último disco. Lo que sea que haya querido transmitirnos, sin duda equivocó los códigos.

OTRA VUELTA DE TUERCA

Hay temas de artistas pop o rock realzados por un acompañamiento sinfónico (como la gloriosa “I’m the Walrus” de los Beatles o “Across the Night” de Silverchair) y hay discos de crossover, mimetizados con el rigor formal que exige ese otro mundo. Night of Hunters pertenece a la segunda categoría: canciones de cámara (a lo Poulenc) a cargo de una artista comercial… aunque con la Amos nunca se sabe. Esa ambigüedad ha sido siempre uno de sus encantos.

Según la Deutsche Grammophon, esas canciones “cuentan una moderna historia de amor que solo se devela al cabo de un viaje al pasado mítico de Irlanda. El álbum es una obra totalmente acústica. Los invitados incluyen a apreciados intérpretes como el Apollon Musagète Quartet y Andreas Ottensamer, clarinetista de la Filarmónica de Berlín”.

Se trata de un trabajo muy meditado, a la manera de un score cinematográfico («Star Whisperer»). En el catálogo de Amos, estas piezas contrastan con viejos huracanes como “Hey Anastasia” o “Marianne”, que rugían con personalidad propia apuntalados en su dramático acompañamiento orquestal. Aparte de apoyarse en músicos de lujo, la pianista alterna con su hija Natashya Hawley, cuya voz (más grave que la de su madre, con la que se luce en «Job’s Coffin») es un hallazgo interesante, aunque por ahora un mero proyecto, habida cuenta de que solo tiene once años.

Por mucho que se le admire, uno no deja de preguntarse cómo sonarían estas piezas sin las letras de Amos, si sus partes vocales estuvieran a cargo de un instrumento (como en, “Seven Sisters”, donde Ottensamer ofrece un magnífico solo de clarinete) o, quizás, de una voz más privilegiada. Pero a la DG no le interesa vendernos puramente a la compositora, sino a lo que siempre ha sido: artífice total de los sonidos que es capaz de engendrar. Desde su alma hasta nuestros oídos.

La apertura vigorosa de “Shattering Sea” da paso a la delicada recombinatoria de viejas magias en “Snowblind”, un tema a medio camino entre “Gold Dust”, de Scarlet’s Walk y “Bells for her”, de Under The Pink. De seguidas, “Battle of Trees” (construida sobre la “Gnossiene N° 1” de Satie) emana cierto misterio que la emparenta con “Code Red”, de American Doll Posse. Desde sus compases iniciales, “Nautical Twilight” es cautivadora: sin duda, uno de los puntos del disco donde la voz de Amos se balancea mejor con el espíritu de su música y quizás uno de los cortes mejor logrados, a partir de la “Canción del gondolero veneciano”, de Mendelssohn. “Edge of the Moon”, basada en la Sonata para Flauta BWV 1031 de J.S. Bach, florece de un modo sorprendente hacia su final, evocando otro fantástico tema de Amos, “Marys of the Sea”, incluido en The Beekeeper. ¿Y qué decir de “The Chase” (una variación de “Il vecchio castello”, de Cuadros de una exhibición, de Mussorgsky), donde resuenan las ensoñadoras notas de “Icicle”, una composición en la que, a su vez, se hace patente la influencia de Ives que mencionábamos unas líneas atrás?

Parte de la delicia de este viaje por cuatrocientos años de música, sintetizados y remozados en catorce temas, estriba en las relaciones que subyacen entre unos y otros. En conjunto, su belleza sombría parece tributaria de “Winter”, aquel memorioso sencillo de 1992 en el que una Tori más aniñada canalizaba la voz del padre o del abuelo, quien le predecía que “las cosas cambiarían muy rápido”. Ciertamente han cambiado mucho desde entonces, pero todavía pueden hacerlo más, mucho más, para mejor.

DICEN LOS EXPERTOS

Thom Jurek, redactor de All Music Guide:

No es un disco pop, por lo que reclama un lugar diferente en su obra. Contiene el poder, las dinámicas y el esplendor de su mejor material, pero, por ser una obra de crossover hacia lo clásico, cualquier expectativa de ganchos pop o coros que invitan a cantar serán defraudadas; en consecuencia, su sofisticación, elegancia y poesía recompensarán a quien se tome su tiempo para absorberlas.

Tori Amos (n. Myra Ellen Amos en Carolina del Norte, en 1963). Compositora, pianista y vocalista. Ha publicado doce álbumes de estudio, dos en vivo, tres recopilatorios y más de sesenta lados B. Este año, para celebrar el 20° aniversario de su debut discográfico, lanzará un CD retrospectivo en el que la Metropole Orchestra interpretará arreglos de algunas de sus viejas canciones.

Deja un comentario